9 de julio de 2007

UN REGALO PARA TODOS MIS LECTORES- LOS PRIMEROS 4 CAPITULOS DE MI ULTIMA NOVELA SOBRE JESUS DE NAZARET "EL REY DE LAS MARIPOSAS"


(C) Sebastián Jiménez Pinto
Prohibida la reproducción total o parcial de este texto por cualquier medio , sin el consentimiento expreso del autor.


1

Zigzagueaban, como esos veleros que en alta mar funden sus velas al viento o como esas olas de cuerpos débiles, enorme fuerza y efímera vida que juegan a ser reinas del mar. Pero sus reinos eran la tierra, el sol, las flores, todo aquello cuanto necesitaban para sobrevivir. Movían sus alas intermitentemente, y como en un baile nupcial hacían brillar sus preciosos colores contra la opaca luz de aquella luna llena. El rojo, el amarillo, el violeta, el verde perla, todos los colores del arco iris en sus hermosos cuerpos. Sabían que eran bellas pero también que esos hermosos cuerpos antes lo fueron de simples y feas orugas, que se habían arrastrado y olido el árido suelo de aquellos solitarios montes escarpados, el sabor agrio de los secos cardos rotos por el viento y que habían conseguido romper el hechizo de la vida, transformándose, mutando su cuerpo, resucitando. Y así, levemente, tomaron vuelo desde la mata de cardos oculta junto a una enorme piedra. Esquivaron los cuerpos de las personas que unas de pie y otras arrodilladas lloraban desconsoladamente, y de nuevo zigzagueantes, emprendieron el vuelo hacia el oscuro cielo deseando ganarlo con pequeños y para ellas enormes impulsos. Pero observaron que éste quedaba aún muy lejos, que no lograrían tocarlo con sus delgadas y débiles alas, y decidieron intuitivamente y de forma precisa posarse en la parte superior de un madero como los que ya habían visto en numerosas ocasiones decorando los escarpados y sinuosos caminos. Su curiosidad , como las de cualquier ser vivo, hizo que en varios aleteos se acercaran aún más hacia aquello que tan rojo como las amapolas caía a chorreones hacia el lejano suelo. Unas manos clavadas por sus muñecas eran la fuente de tanto color, de tanta fuerza desperdiciada hacia la nada. Y hacia allí decidieron huir por un momento las pequeñas mariposas. Una de ellas, que creía que no llegaría voló hacia el suelo en busca del líquido elemento. La otra, que sabía que lo intentaría tantas veces como la luz de aquella luna llena se reflejara en sus alas inició el vuelo hacia el horizonte de esa vieja y roída cruz de madera. El vuelo de unas mariposas hacia una lejana luz que la arrastraba con cadenas de oro, hacia un Reino que tal vez jamás llegarían a conseguir.

2

GIV’AT HA-MITVAR-JERUSALEN
Año 1968 d.c.

El cielo estaba nublado y el viento soplaba con fuerza moviendo las ramas de los pocos árboles que existían en ese solitario y alejado lugar. Muchas personas trabajaban con una gran actividad, como si lo que hubiesen descubierto fuese algo muy importante. Varios de ellos, jóvenes nativos cansados y sucios, salían dando gracias a Dios, mientras tras ellos, una mujer extranjera muy delgada y con los cabellos rubios como el sol salía de esa cueva con la cara sucia y sudorosa , aunque parecía sonreír contenta; el trabajo había merecido la pena. Estaban al Norte de la ciudad vieja, a dos kilómetros de Damasco. Era un lugar de difícil acceso, cuyos caminos de tierra estaban repletos de piedras, trozos de ramas , y enormes socavones. El camino que llevaba hasta la excavación era casi de un kilómetro y estaba rodeado de algunos árboles poco frondosos donde anidaban pequeños pájaros y en donde hacía casi dos mil años se crucificaron impunemente a miles de personas bajo el yugo imperialista de la todopoderosa Roma. El oscuro cielo amenazaba lluvia, y ese viento tan molesto no dejaba de soplar en las caras de todas aquellas personas que se tapaban sus bocas con pañuelos para evitar el polvo que se les introducían por sus bocas y sus orificios nasales. Karen, que se sentía tan cansada como los demás, se retiraba el sudor y el polvo adherido en su frente con el exterior de su antebrazo. En sus manos, resecas por las condiciones en las que trabajaba, sostenía la piqueta que utilizaba para retirar los trozos de tierra apelmazada de las paredes de la gruta y un pequeño pincel de cerdas con los que limpiaba los restos de tierra de las zonas mas delicadas de la excavación. Tenía sed. Había estado dentro casi dos horas ininterrumpidas, y aproximándose a uno de sus ayudantes nativos, y por medio de señas, le indicó que le acercara la cantimplora de agua. Dio un largo trago que duró varios segundos y cuando terminó se giró buscando al profesor Vassilios Tzafericos, científico , promotor de las excavaciones, y verdadero artífice de aquel logro tan importante; pero continuaba sin verlo por allí.

Karen anduvo unos metros, y ya un poco retirada del campamento volvió su mirada de nuevo hacia la excavación. Y esa imagen la hacia sentirse feliz. Tenía solo veintidós años pero desde muy pequeña demostró una increible pasión por la arqueología. Todavía recordaba a su padre llegar a casa lleno de polvo y con las rodillas amoratadas, después de haber estado durante horas buscando algún enterramiento oculto o estudiando restos arqueológicos del pasado más glorioso de alguna ciudad del norte de España. Y esa sangre española que tenía la hacía ser una persona intrépida y valiente. Pero su madre también le legó su sangre Inglesa. Y eso la convertía por momentos en una persona más fría y calculadora, aspectos todos, que le venían como anillo al dedo en el tipo de trabajo que realizaba. La mayor parte de su vida, ya desde muy jovencita, le había interesado sobremanera la figura de Jesucristo, tanto desde el punto de visto religioso como el de persona comprometida con su pueblo, y eso le hizo desear especializarse en arqueología hebrea. Llevaba ya, y desde poco después de licenciarse, algo más de dos años trabajando con el profesor, con la que estaba encantada y esos días junto a éste estaba viviendo los momentos que podrían significar los más importantes de toda su aún corta y fulgurante carrera. Llevaban casi tres meses trabajando en unas excavaciones que durante dos mil años habían quedado ocultas a la mirada humana. Estaban situadas bajo una ladera algo pronunciada en donde después de numerosas investigaciones y estudios, el profesor y su equipo de colaboradores, entre los que se encontraba Karen, creían que encontrarían una antiquísima tumba familiar. Pero no solo fue así. Encontraron algo mucho más importante de lo que creyeron en un principio. Se trataban de unos enterramientos que tal vez podrían cambiar el signo de la historia cristiana.
El profesor Tzafericos y Karen ya habían estudiado algunos de los numerosos enterramientos en Jerusalén, perteneciendo la mayoría de ellos al periodo del Segundo Templo. Fueron decenas de tumbas , a veces simples, y en otras ocasiones bastante elaboradas, que fueron labradas en las laderas de los montes que rodeaban la ciudad, principalmente en el Monte de los Olivos y en el Monte Scopus. Algunas de éstas cavernas sepulcrales que habían tenido durante los años un uso continuado por los miembros de la misma familia eran bastante grandes. Algunas tenían esplendidas fachadas a veces decoradas con hermosas columnas, mientras otras las poseían con hermosos gabletes con motivos florales. También investigaron durante un tiempo las existentes en el Valle de Kidrón. Estas eran tres tumbas muy famosas, la Yad Avshalom, la de Benei Herir y otra, la más grande de Jerusalén , la de la Reina Helena de Adiabene. Tenían grandes escalinatas, fachadas con columnas jónicas, grandes patios, frisos decorados con racimos de uvas y hojas de acanto, pero la que encontró el profesor Tzafericos no era de ese tipo, además de ser muy singular. Estas excavaciones habían sacado a la luz unas tumbas más simples, con una apertura estrecha y sellada con una puerta de piedra redonda llamada en hebreo golel y que había quedado oculta en esa ladera poco transitada bajo toneladas de tierra. Por ese motivo el profesor había contactado con sus compañeros y amigos, científicos como él, para que vieran el hallazgo y pudieran realizar con posterioridad un detallado análisis científico y técnico de lo encontrado.

El Doctor Tzafericos sabía perfectamente que aquello no era un enterramiento cualquiera. Sabía que éste hecho tendría un significado importantísimo para los cristianos y un grandísimo interés social y religioso en todo el mundo, y lógicamente deseaba realizar un estudio profundo y riguroso desde diferentes campos como la antropología, la historia y la medicina. Por eso había llamado a sus colegas. Uno de ellos era Nico Hass, del Dpto. de Anatomía de la Universidad Hebrea de Jerusalén, y los otros dos eran los antropólogos físicos Joe Ziam y Eliézer Kekelan .
Pero la espera se hacia larga, en primer lugar porque los profesores se retrasaban sobre el horario previsto, cosa lógica por lo escarpado del terreno, y en segundo lugar porque el último tramo hasta llegar a las excavaciones se tenia que realizar a pie, y los profesores Hass y Kekelan pasaban de los sesenta. Karen miró hacia el cielo y observó como lentamente comenzaron a caer las primeras gotas de lluvia.

3

Oviedo - Año 2.005 d.c.

Isabel continuaba acostada, y los primeros rayos de luz del día que entraban entre las duelas de la ventana de su dormitorio se reflejaban lentamente por su rostro. El maldito despertador, aquel que le regalara su amigo Juan Carlos el día de su último cumpleaños continuaba sin dar señales de vida, y todas las mañanas se la jugaba a la carta de acertar a despertarse a la hora prevista , las ocho menos cuarto, tarde como casi siempre . Los rayos de sol, sus cómplices de cada mañana, estaban dispuestos otro día más a hacerla levantarse de la cama. Estos continuaban iluminando su cara, e Isabel, molesta por la luz se dio la vuelta, se tapó de nuevo con la sábana, metió la cabeza debajo de la almohada y maldijo de nuevo, otro día más, la juerga del pasado fin de semana. Había dormido poco y mal, y se encontraba cansada. La noche anterior estuvo de copas con Trini, Carlos y otros compañeros de la Escuela de Artes en donde una vez por semana impartía clases de Restauración escultórica . Estuvieron de copas en la Cervecería Flandes hasta altas horas de la madrugada, y también como casi todos los días, no tenía cuerpo para nada. Se volvió a dar media vuelta, a la vez que con una gran parsimonia abría sus cansados ojos. De repente, asustada, y casi sin poder abrirlos, cogió y miró su reloj de muñeca que se encontraba sobre su mesita de noche, observando sorprendida que eran casi las ocho de la mañana. Y precisamente a esa hora debería de estar trabajando en la Catedral.

- Mierda, las ocho de la mañana…-gritó aún adormilada.

Retiró de un golpe la frágil y suave sábana de su cuerpo, dio un salto de la cama y a tientas, y tropezando con casi todo lo que se iba encontrando por el camino, fue corriendo hacia el cuarto de baño. Empujó la puerta que se encontraba encajada, encendió la luz, y lo primero que hizo, todavía con los ojos entreabiertos, fue abrir el grifo del agua de la ducha que a esas horas salía malditamente fría.

- Por los clavos de cristo, joder,… las ocho y yo aquí. ¡ Maldito dolor de cabeza…!. No me da tiempo ni a encender el calentador del agua caliente.

Tenía colocado un bonito y sensual pijama de pantalón corto, del cual se despojó rápidamente .Se quitó el sujetador y las bragas y se metió en la amplia bañera de hidromasaje , pero lo hizo con tanto ímpetu, que al entrar resbaló de tan mala manera, que tuvo que agarrarse a la mampara del baño, lo que le evitó una segura y dolorosa caída. Se duchó rápidamente, no más de cinco minutos, cosa habitual en ella, y ya algo más despejada se cepilló los dientes con el cursi cepillo con mango de gatita que le regaló Alberto, el que fuera su novio durante algunos años. Hacia unos seis meses que habían terminado su relación, y se podría decir que tanto Isabel como Alberto, que trabajaba como médico forense en el Hospital Central de Asturias, no habían llegado a entenderse.

Y es que ésta, aunque tenía un temperamento fuerte, era extremadamente sensible. Necesitaba a su lado a una persona que le diera cariño, que le demostrara aquello que en su casa nunca consiguió tener. Sus padres se separaron siendo ella muy joven, y aunque ya adulta intentó estar cerca de su padre, su relación fue del todo infructuosa. Con su madre, que tenia cincuenta y nueve años, aunque representaba algunos menos, tampoco mantuvo nunca una relación, digamos cercana. Por ese motivo Lucía, once meses más joven que ella, se había convertido casi sin darse cuenta en su hermana mayor. Si Isabel hacia alguna locura, siempre tenía a Lucía en donde buscar refugio, si tenía dolores de amor, ahí estaba ella para ser su pañuelo de lágrimas. Siempre había sido más tranquila y sosegada que Isabel, y eso la encantaba. Tener a su lado a su polo opuesto. El yin y el yan. Lo ácido y lo alcalino. Casi como esa madre que tanto añoraba.
Y otro día más llegando tarde al trabajo. Porque Isabel Burani, cuyo apellido denotaba la ascendencia italiana de su padre, aun siendo como decía su hermana una cabeza loca, era una grandísima profesional. En su trabajo no había quien la superara. Y éste trabajo en la Catedral lo estaba realizando porque lo deseaba, es más, era el trabajo que estaba esperando desde que hace mas de seis años terminó la Licenciatura en Bellas Artes en la Universidad de Oviedo. Y fue realmente una de las pocas cosas que Isabel hizo sin regañadientes, con suma facilidad, porque esa impetuosidad suya se convertía en docilidad, paciencia, y enorme sentido de la responsabilidad.

Por sus manos habían pasado numerosas pinturas y esculturas importantes. Incluso hace un año, tras completar el doctorado en restauración escultórica en Turín mediante una beca que le concedió el Ministerio de Educación y Ciencia, tuvo la oportunidad de trabajar con piezas de incalculable valor histórico, así como terminar un Master en Historia de las Religiones de las que era una gran apasionada, aunque en el fondo supiese que era totalmente agnóstica. Y es que Isabel, se transformaba radicalmente, algo parecido a lo que le ocurren a los toreros que sienten un pavor tremendo antes de salir a la plaza, y en cuanto ven la testud del toro, observan algo que los demás mortales no vemos. Y no es otra cosa que el arte. Porque verdaderamente, el arte, se había convertido en el principal motor de su vida.

4

- Rachid, ¿ sabes donde se encuentra el profesor ?
- No sé Karen, lo vi hace un rato con Saied junto a la arboleda que está arriba de la cuesta.
Karen miró al cielo, que aunque seguía lleno de nubarrones parecía que no descargaría agua. Soltó la piqueta y la pequeña brocha en el suelo y marchó hacia donde le había indicado su ayudante. El terreno era bastante escarpado y andando por ese estrecho camino observó que por allí solo podía pasar una persona debido a que a su derecha había una gran pendiente. Las piedrecillas del camino se le incrustaban en las suelas de sus gruesas botas, pero ya estaba acostumbrada. Su trabajo le había llevado a conocer multitud de lugares impresionantemente difíciles, y en más de una ocasión había temido tener un serio accidente. Pero eso era lo que había escogido. Mientras subía miró sus rodillas, ennegrecidas de agacharse en tantas ocasiones en el suelo de la cueva, pero aún así, sabía que tenía una piernas preciosas. Al llegar arriba, y a no más de veinte metros, en una gran explanada de tierra y piedras , vio al profesor agachado en el suelo con Saied, una intrépida persona que aunque no tenia estudios era muy inteligente, además de un buen ayudante de campo. Saied conocía todos esos terrenos a la perfección, pues de joven estuvo mucho tiempo cuidando un rebaño de cabras de su padre.
El profesor al oír a Karen se giró hacia ella y junto a Saied se pusieron de pie.
- ¿ Que ocurre Karen ?
- Profesor, le estaba buscando, y …
- Estaba aquí con Saied, que me explicaba unas costumbres del lugar que han mantenido durante siglos . Me contaba cómo desde los tiempos de sus antepasados han ido dejado señales en los troncos de estos árboles.
- ¿Señales ?-replicó Karen, mirando a su alrededor.
- Si . Les hacían muescas a los árboles con objetos cortantes.
- ¿Y eso , por qué?
- Cuéntaselo Saied, -le indicó el Profesor, mientras sacaba un paquete de cigarrillos y se echaba un pitillo a la boca.
- En la antigüedad, señorita Karen, esta zona se decía que estaba maldita, y por eso poca gente pasaba por aquí. Existe la creencia de que si al pasar por este lugar , tiras una piedra y escupes hacia abajo gritando el nombre de Judas , te libras de cualquier mal que te pudiera acechar en el futuro.
- Curioso, Saied -respondió Karen.
- Bueno, pero ¿y todas esas señales en forma de mariposas que hay en los troncos de los árboles?
- Pues que por cada piedra que tirabas y por cada escupida,…una incisión.
- Lo que ocurre es que ustedes sois unos supersticiosos, -dijo Karen a Saied sonriendo.
- Es verdad, créame-le contestó.
- Te creo, te creo,…
- Por cierto, Profesor, ¿a qué hora dijeron que llegarían? , porque son casi las seis y en un par de horas comenzará a oscurecer.
- A las cinco, Karen, y ya es raro que no hayan llegado. De todas formas sabes que para llegar hasta aquí…
- Ya, pero es que me gustaría estar cuando ellos entren en el sepulcro.
- Pues vamos para abajo entonces , ¿ no te parece Karen? … ah !, espera…
El profesor Tzafericos se volvió, se acercó al terraplén y miro hacia abajo. La altura era verdaderamente considerable. Se agachó sin dejar de mirarlos a los dos, cogió una pequeña piedra, se levantó de nuevo, y cogiendo impulso la lanzó con todas sus fuerzas gritando al mismo tiempo : ¡ Judasss…! . Después escupió al saliente, viendo como el escupitajo volaba hacia abajo mecido por el viento, con la misma y exacta cadencia que lo hacen las mariposas. Los tres dieron una gran carcajada, y tras hacer la oportuna incisión en forma de mariposa con su navaja en un árbol cercano y antes de bajar de nuevo hacia las excavaciones, el Profesor gritó en voz alta hacia el precipicio:
- ¡ Por si acaso !.
Los tres bajaron riendo en fila india por la enconada cuesta, y cuando prácticamente llegaban al campamento de trabajo, escucharon el ruido del motor de un viejo automóvil que provenía del principio del camino.
- Puede que los Profesores estén llegando.
- Seguramente, Karen.
- Rachid, ¿puedes traerme el sombrero de dentro de la tienda ?
- Sí señor, ahora mismo.
El profesor Tzafericos seguía teniendo esa imagen de cowoy del siglo veinte. Alto, nariz aguileña, mandíbula aguda, y unos ojos tan negros como sus manos después de tanto trabajo en aquella especie de “mina” sepultada. Y su sombrero le acompañaba a todos lados. Ese que le entregaba Rachid se lo habían regalado en Texas, ciudad en donde residió y trabajó durante casi tres años junto a su amigo y destacado académico de la Universidad Tubingen de Alemania, Martin Hengel. Hengel fue aquel que plasmó en un extenso estudio que miles de judíos habían sido capturados y crucificados por los romanos alrededor de Jerusalén durante el siglo I, cuando Jesús vivía.

El profesor Ziam, uno de los que llegarían en unos minutos a las excavaciones también logró demostrar por medio de unos restos escritos encontrados , que entre el año 66 al 70 d.c. los romanos llegaron a crucificar hasta quinientos judíos por día, destruyendo el Segundo Templo y aplastando lo que se conoció como la primera revuelta judía. Pero jamás, ninguno de ellos habían conseguido encontrar ningún vestigio ni resto arqueológico que corroboraran sus argumentos. Aun así, para Tzafericos era un inmenso honor poder trabajar codo a codo con las personas más preparadas e importantes a nivel mundial en el campo de las ciencias antropológicas. Y afortunadamente éstos habían aceptado su invitación de estudiar aquello que el Profesor Tzafericos había encontrado con tanto esfuerzo y dedicación. Y fue tanta la expectación que habían despertado las excavaciones, que al comienzo del camino que llevaba hasta allí, y junto a la entrada al sepulcro, el Gobierno local ordenó colocar una patrulla de la policía militar para prohibir el paso a todas aquellas personas sin permiso oficial. Así, aquel acontecimiento fue portada de los mayores diarios internacionales y el premio a su descubrimiento tarde o temprano le tendría que llegar aunque no fuese esa su principal motivación.
El motor del vehículo se había detenido. Y al fondo del camino, a unos cien metros , se veían las siluetas de cuatro personas que con alguna dificultad, sobre todos los de más edad, subían la empinada cuesta.
- Son ellos, Profesor.
- Si, Karen, vamos…
El Profesor y Karen marcharon a su encuentro bajando la empinada y arenosa cuesta. Estos venían acompañados por el conductor del viejo jeep al que le sobresalía la barriga por la parte baja de su camisa medio abierta y que tenía barbas de cuatro días, aparte de un aspecto realmente deprimente. Mientras, todos los integrantes de la expedición se encontraban en el exterior del enterramiento, expectantes ante la llegada de aquellos que algunos consideraban personalidades importantes, y que para otros no eran más que unos simples desconocidos.
- Hola, Vassilios,- indicó Nico Hass.
- Hola Nico.Me alegro mucho de veros de nuevo.
Tzafericos abrazó en primer lugar a Nico Hass, mientras tras él los Profesores Ziam y Kekelan besaban a Karen.
- Hermosa mujer, ...indicó el Profesor Ziam mientras saludaba a su amigo Vassilios Tzafericos.
- ¿ Como estás Joe ?
- Bien, … No tanto como tú, pero bueno…- mirando de soslayo a la guapa rubia que le acompañaba.
- Vamos , vamos ,.. eso de ser el más joven de los cuatro Joe…
- Vamos a tener que tener cuidado contigo-dijo Vassilios- mientras todos reían.
Se dieron la vuelta y terminaron de subir por fin esa maldita cuesta que tanto les había costado a los profesores Hass y Kekelan.
- Bueno , ¿y qué tal el viaje ?
- Bien Vassilios, deseando llegar para ver ésta maravilla que nos comentaste.
A poco de más de veinte metros de recorrido, Vassilios les dijo:
- Ahí tenéis la entrada.
Los tres se miraron sorprendidos .Sabían que estaban ante algo importante. No podrían decir cuanto, pero según las indicaciones de Vassilios y en espera de sus estudios, podría convertirse en un verdadero punto de inflexión sobre todo lo que habían investigado hasta ahora. En primer lugar por aquella piedra colocada en la entrada al sepulcro y que servia para cerrarlo.
- ¡ Un golel, o piedra rodante !-exclamó Nico Hass.
- Así es- respondió Tzafericos .
- Igual a la que aparece en los Evangelios sinópticos.
- Según los Evangelios sinópticos, los de Juan, Mateos, Lucas, y Marcos, como usted bien sabe.
- Claro, asintió el Profesor Kekelan.
- Estoy impresionado. Y está sobre la ladera de la montaña. Ha estado oculta, casi dos mil años.
- Debido a los movimientos de tierras,-le contestó Tzafericos-. Yo llevaba mucho tiempo investigando e intentando localizarla, hasta al fin lo conseguí, aunque si os soy sincero, lo que realmente buscaba era un enterramiento familiar cuyo rastro conseguí en los Evangelios Gnosticos.
- Ah! Sí los escritos en antiguo copto.
- Sí, esos mismos-contestó-. Como creo que sabéis, en Diciembre de 1945, un campesino Egipcio mientras se encontraba excavando en busca de un suelo que fuese fértil y blando cerca del poblado de Naj ‘Hammadi, en el Alto Egipto, exhumó una vasija de arcilla roja.

Pero ocurrió que en su interior encontró trece libros de papiro o manuscritos, también llamados códices, escritos como bien ha dicho el Profesor Kekelan en lenguaje copto y que estaban encuadernados en piel. Realmente, ni él, ni su familia conocían de la importancia de los objetos encontrados, así que para alimentar el fuego no se les ocurrió otra cosa que quemar varios de esos códices. Sin embargo, pasado un tiempo, el resto de los códices llamaron la atención de algunos expertos, siendo uno de ellos sacado de Egipto de forma clandestina y puesto a la venta en el mercado negro. Este, fue adquirido por la fundación Jung, y que es el que se conoce hoy como el famoso Evangelio de Tomás. El resto de los códices fueron a parar a manos del Gobierno Egipcio quien los nacionalizó, siendo estos papiros una colección de textos bíblicos de índole gnóstica, datados a finales del Siglo IV y principios del V, aproximadamente sobre el 400 d.c. Pero resulta que estos documentos no eran sino copias. Los originales de los que fueron transcritos debían datar de mucho antes. Por poner un ejemplo, el Evangelio de Tomás, el Evangelio de la Verdad y el Evangelio de los Egipcios, podrían datar a lo sumo del 150 d.c. , e incluso alguno de ellos contienen información mucho más antigua que los cuatro Evangelios sinópticos del Nuevo Testamento. Todos estos documentos tienen una veracidad importante, en primer lugar porque se libraron de la censura, por otro lado porque fueron escritos para un pueblo Egipcio y no Romano, por lo que la información no estaría maquillada, y por último, porque podrían haber sido escritos por testigos oculares de los hechos acaecidos durante la vida de Jesús. Y lógicamente no es de extrañar que estos papiros contuviesen hechos contrarios a los evangelios sinópticos, en donde por ejemplo, en el Segundo Tratado del Gran Set, Jesús se libra del suplicio de la cruz. Otra de las obras habla de la existencia de una gran disputa entre Pedro y María Magdalena, el primero como partidario del mensaje, y la segunda como partidaria de la estirpe, al ser considerada en éstos escritos como esposa de Jesús y continuadora de su linaje Real. No haría falta decir que fue Pedro quien salió victorioso de esa disputa.
En cuanto a la tumba de la que hablábamos, ésta debió ser relativamente lujosa, es decir, habría pertenecido a alguien importante económicamente. Esta zona fue elegida por los ricos jeresolimitanos para excavar o construir sus monumentos funerarios.
- ¿Recuerda a Bárbara Thieming? –continuó el profesor.
- ¿ Bárbara ? si, claro…
- Como usted bien sabe , Bárbara es Teóloga en la Universidad de Sydney. Y
fue tras una pequeña conversación telefónica que mantuve con ella, cuando logré tirar del hilo de éstas escrituras con las que llevaba trabajando en profundidad desde hacia unos años. Descubrió por ejemplo, que cuando se citaba a Jesús se utilizaba la expresión “la palabra de Dios” para referirse a él, lo que cambiaba el sentido de frases como “la palabra de Dios no está encadenada”, que se transcribió en Timoteo (2,9) como “Jesús no está preso”.
Otros temas eran los referentes a los “pobres”, que nada tenían que ver con los desdichados que carecen de todo, sino con los iniciados en los más
elevados niveles de la comunidad que habían tenido que renunciar a sus riquezas y posesiones terrenales que creo fue lo que ocurrió con Maria Magdalena.
- ¿Quieres decir que Maria Magdalena no era la prostituta a los que se refieren los Evangelios y que entregó sus posesiones al grupo de Jesús?-preguntó Kekelan de nuevo.
- Así es. Maria Magdalena era de sangre Real. Era hija de Syrus y de Eucharia. Además tanto ella, como su hermano Lázaro y su hermana Marta, eran dueños de siete castillos además del pueblo de Betania y de gran parte de Jerusalén. Vivian en Magdala, término que deriva de la palabra hebrea “migdal” que significa torre, a unos dos Kilómetros de Gennesaret, en el mar de Galilea. Y además, más que entregar sus bienes, ayudó a financiar todas las actividades de Jesús y sus discípulos.
- Es decir, que Maria Magdalena fue una mujer adelantada de su época, y además poderosa.
- Muy poderosa- respondió Tzafericos.
- ¿Y que más descubrió Bárbara ?
- Por ejemplo cuando se hace referencia a los “ciegos”, no se refería a los ciegos físicos, sino a aquellos que no seguían el camino. Por consiguiente los milagros que devolvían la vista a un hombre se referían en realidad al proceso de conversión hacia “el camino” porque veían la luz y la justicia según la creencia fundamental de los esenios. Así, según la teoría de Bárbara los pescadores del Antiguo Testamento no eran exactamente eso, sino pescadores… pero de almas.
- Entonces quieres decir, .. ¡ que los milagros de Jesús tal vez nunca existieron en la realidad !.
- Exactamente.
- Muy interesante, -masculló Kekelan.
- Y además, tendríamos que tener en cuenta-continuó el Profesor-, que el Jesús histórico difiere mucho del Jesús que nos han hecho llegar hasta nuestros días, pues éste, tal como dicen de forma clara los Evangelios tanto de Mateo como de Lucas era de sangre real, es decir, un Rey legítimo a un trono que le correspondía, y por el que lucharía con todas sus fuerzas aunque en ello se le fuese la vida. Jesús era descendiente por línea directa de Salomón y David, y eso le hacía ser el Mesías esperado por su pueblo. Gozaría de éste modo del derecho legal a ocupar el trono usurpado y que correspondía a sus regios antepasados.

Si recordáis, los Tres Reyes Magos vienen buscando . En Lucas 23.2, se le acusaba de alborotador, de negarse a que se pagaran tributos al Cesar, diciendo que él era Cristo, un Rey, y en la misma entrada triunfal en Jerusalén sobre un asno, con lo que daba cumplimiento a las
Sagradas Escrituras, el pueblo le aclamaba igualmente como a un Rey. Incluso en el títulus que se colocó supuestamente sobre la cruz, Poncio Pilatos, mandó poner la inscripción de Rey de los Judíos. Estaba claro que con éstos hechos y muchos otros, Jesús al ser Rey legítimo de un trono usurpado debía de luchar contra esa tiranía y en la mayoria de las ocasiones con el uso de armas. Además Jesús, para lograr sus objetivos incluyó entre sus discípulos a algunos miembros de la secta de los zelotes, algunos de los cuales eran Simón Pedro el Rocoso, sobre el cual, y según los Cristianos, se cimentó la actual Iglesia Católica en Roma, y Judas Iscariote, denominación que podría venir de la contracción de la palabra sicario, que eran aquellos que utilizaban a menudo la llamada Sica, o especie de puñal curvado, y que podría ser el mismo que Simón Pedro utilizase, según los Evangelios, para cortarle la oreja a un representante del Sumo Sacerdote en el Monte de los Olivos. Incluso esa imagen de Jesús como pobre carpintero de Nazaret es muy discutible.

En primer lugar, Jesús no podía haber sido llamado de Nazaret, pues existen constancias bíblicas de que ésta ciudad no existió hasta el siglo III d.c. aproximadamente. Eso se debería a una mala traducción de la palabra Nazareo, cosa harto frecuente, pues razonablemente Jesús sería miembro de esa secta con ese nombre, o con el de Jesús el Nazarita. Los Nazareos era una secta más de las que existían en aquel tiempo, como otras que también existían, caso de los fariseos, los saduceos, los sadoquitas o hijos de sadoc, los zelotes, etc. Y por otro lado Jesús formaría parte de lo que se podría llamar una sociedad acomodada, pues se trataba de una persona muy instruida. Sabría leer y escribir perfectamente, y además tendría, cosa poco común en la época, unos exquisitos modales que en aquellos tiempos no podían salir del pueblo llano que se movía en la miseria y que era diariamente maltratado y vilipendiado. Quiero decir con todo esto que para que podamos realizar con rigurosidad nuestras investigaciones, debemos de apartar de nosotros cualquier vestigio religioso que pudiésemos tener cada uno de nosotros, pues como iremos comprobando, nos iremos encontrando con datos que pueden dar un giro fundamental a éstas creencias.
Todos quedaron callados hasta que preguntaron.
- ¿Y entonces éste no es un enterramiento familiar ?-le preguntó el Profesor Ziam a Vassilios.
- Si, si lo es, lo que ocurre es que no creo que sean las personas que se puede entender que sean.
- ¡Que me dices!-exclamó.
- Estamos en Giv’at ha-mitvar, al norte de la ciudad vieja de Jerusalén. Y en principio deberían ser enterramientos de ciudadanos locales del Siglo I a.c., pero no creo que sea así, aunque efectivamente la fecha de enterramiento concuerda. En primer lugar, porque después de haber analizado a primera vista los restos, hicieron una masacre con ellos, y en las escrituras se decían que eran miembros de varias generaciones de una misma familia.
- ¿Y no lo son verdad?
- No. A excepción de dos, todos son miembros de una misma generación. Y además, murieron en medio de atroces sufrimientos, y es del todo improbable que durante varias generaciones todos los familiares hubiesen corrido la misma suerte.
- ¿Y que tiene que ver lo de Maria Magdalena y todo lo demás con éstas excavaciones?
- Pues porque aún hay algo más.
- ¿El qué?- preguntó Hass.
- Las señales de las paredes.
- ¿Qué señales?
- Las que aparecen en las paredes, pasad para adentro…




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